
Sucedió uno de los últimos domingos de enero. Álvaro es un joven cazador que, como de costumbre, salió de caza con su compañero Manu y con sus estupendos perros. En su mente llevaban a ese guarro al que habían intentado dar caza en varias ocasiones, pero siempre había sabido cómo esquivarles.
Álvaro nos cuenta la estrategia que siguieron para que, en esta ocasión, el jabalí no consiguiera escapar.
Un jabalí que ya les había ganado la partida varias veces
«Esta vez llevábamos un poco de ventaja. Habíamos localizado los rastros que había dejado al entrar en una zona espesa. Estábamos seguros de que se trataba del mismo jabalí que nos la había liado en varias ocasiones, así que decidimos ir a por él.
Solté los perros más punteros, dejando en casa los más nuevos. No era el día para ellos, ya que podrían, con su inexperiencia, llegar a entorpecer el lance.
Comienzan las ladras
Tras diez minutos más o menos de trabajo en el monte, los perros comenzaron a ladrar. Habían dado con una piara. Uno de los integrantes del grupo de jabalíes se había quedado atrás, propiciando el agarre.
Tras esto, me quedé un rato esperando a algunos perros que aún estaban registrando los alrededores.
Cuando estamos todos, continuamos cazando, y de pronto, una perra muy puntera comienza a ladrar. Acto seguido, comienzan a ladrar los demás. Ahí fue cuando pensé que se trataba del gran jabalí.
Los perros rodeando al berraco
Acudí todo lo rápido y sigiloso que pude y llegué a la escena. Jamás la podré olvidar. Allí estaban mis perros, rodeando en círculo al gran guarro. Le atacaban por todos lados, haciéndole la huida imposible.
Me cercioré de que el aire no actuaría en mi contra, y me acerqué un poco más. Entonces, comencé una tensa espera hasta que el jabalí y los perros me brindaran un disparo seguro para mis canes. Los segundos pasaban, y la lucha no cesaba.
Pero, de repente, el jabalí pegó un «arreón» y cargó contra mí.
Un disparo certero y un medalla de oro
Encaré el arma y apunté detrás de la oreja. El momento era perfecto, porque los perros habían quedado apartados debido al poderoso arranque del jabalí.
Cayó fulminado. Los perros obtuvieron su recompensa y comenzaron a morder el cuerpo como si fueran leones. Sin duda, un premio que tenían bien merecido al haber completado un trabajo inapelable ante tal verraco.
Mi compañero y yo hicimos algunas fotos del jabalí y decidí enviar a valorar el trofeo. Nada menos que 111 puntos. Una medalla de oro que bien mereció aquel trabajo de los perros y el lance de caza pura y salvaje que vivimos».